En otro post hemos hablado de la importancia que cobran los aspectos sociales y culturales frente a los naturales en lo que respecta a la respuesta de estrés en los seres humanos. Como ya dijimos, esto es así debido a la particularidad que nos diferencia del resto de especies animales, “el lenguaje”, que es el que crea toda nuestra cultura y media en nuestras relaciones. Dicho esto, señalar por tanto, que el entorno social, la presencia de otras personas y la evaluación y significado que otorguemos a todo ello puede convertirse en una fuente importante de estrés.
El modo en que cada persona nos enfrentamos a los conflictos determina las consecuencias que se derivan de estos y como percibimos tales hechos. Así, las personas que se describen a sí mismas como tímidas, introvertidas e inseguras pueden mostrar cierta actitud pasiva, de autocrítica, pensamientos ansiosos y sentimientos de culpabilidad, evitando de esta manera entrar en contacto con otras personas. Un mismo suceso vital puede generar niveles elevados de estrés en unas personas y no en otras. Así, las personas tímidas y la valoración social que hacen de otros como potenciales evaluadores de su conducta provoca un incremento en la sensación de alerta, tras lo que parece esconderse cierta necesidad de aceptación grupal o inclusión social. Dicho de otro modo, estas personas, de forma más o menos consciente, desean una valoración positiva por parte de los “jueces sociales”. Cualquier situación corre el riesgo de convertirse en amenazante si la persona tímida percibe que su propio autoconcepto y su propia autoestima se ponen en consideración a través del juicio de otros, a pesar de que, es la propia persona la que normalmente enjuicia del siguiente modo: primero “pensando yo que el otro piensa sobre mi” y segundo “pensando yo el contenido que el otro piensa sobre mi”. ¿Podemos decir entonces que este hecho es el que sienta bases para describir a una persona como tímida o introvertida? Todos en mayor o medida hacemos esto en el establecimiento y mantenimiento de nuestras relaciones sociales y como toda emoción, la del estrés social o vergüenza, dentro de unos límites, también es beneficiosa para desenvolvernos con satisfacción. El problema surge, como siempre, cuando estos juicios internos acarrean malestar y comienzan a ser, más que un facilitador de las relaciones sociales, un verdadero obstáculo para ellas.
La timidez está íntimamente relacionada con el miedo, es decir, miedo a la evaluación negativa de otros. La ansiedad ante la vergüenza hace que seamos cautos a la hora de mostrarnos ante los demás y por eso uno tiende a retraerse o esconderse.
Así, algunas actitudes y acciones consideradas como timidez pueden desencadenar en problemas de ansiedad social, abuso de sustancias adictivas, obesidad, perfeccionismo o fanfarronería narcisista. Aunque estos estilos de comportamiento pueden proteger a la persona en un principio de sentirse inferior o experimentar rechazo, a la larga, se convierten en desadaptativos e interfieren su normal funcionamiento.
Podemos enumerar las distintas premisas que siguiendo las investigaciones en la materia se han señalado como causas de timidez:
- Experiencias tempranas de vergüenza: se ha internalizado este sentimiento a veces desde la propia infancia debido a patrones de cuidado o relación a través de los cuales se ha aprendido que ciertos deseos, emociones o comportamientos son poco deseables o incluso inaceptables. Las relaciones con familiares y amistades son las verdaderamente influyentes en este caso.
- Timidez debida a la transgresión de los propios valores: que se da cuando a la persona le resulta difícil perdonarse por algún tipo de comportamiento pasado que juzga innecesario o insuficiente, por haber perdido oportunidades, haber tenido desviaciones o caer en excesos.
- La autocrítica, el autodesprecio o el asco. Esto sucede cuando algunas personas se juzgan con extremada dureza, se denigran y se condenan así mismas por defectos que consideran tener. Suelen ser experiencias y creencias infundadas sobre uno mismo aprendidas en la familia o la cultura de origen, que influyen de manera negativa en la persona y desencadenan en un malestar crónico.
- Timidez debida a la experiencia interna de ansiedad o viceversa. A veces, ambas emociones coexisten y se hallan íntimamente relacionadas. A veces, uno mismo puede avergonzarse ante el mero hecho de llegar a experimentar determinadas emociones como sentirse enfadado o necesitado y, al mismo tiempo, tener miedo de que estas experiencias internas emerjan.
En términos generales concluir que un contexto rico en relaciones sociales tiende a mermar las consecuencias del estrés percibido (los síntomas o malestar del estrés), mantenernos más tranquilos y hacernos sentir mejor freten a las desdichas; de hecho, está demostrado que las personas socialmente aisladas suelen presentar niveles más altos de ansiedad debido a la falta de desahogo y apoyo social. Pero, aquí cabe señalar que este apoyo social, real o no, nunca ha de ser interpretado como “dependencia” ya que, de ser así, las situaciones potencialmente estresentantes lo que harían sería contribuir al incremento de la ansiedad y no al contrario, generarse incluso indefensión ante tales situaciones.
Comentarios